Monday, December 6, 2010

La vi a lo lejos, pude sentirla. Corrí. Un extraño escalofríos recorrió todo mi cuerpo. Se dio vuelta, como esperándome, y rió. Decepcionada, dí media vuelta y volví.
Al levantar la cabeza, extrañamente, su sombra me recorrió y me abarcó completamente. Sus brazos rodearon mi cintura y pude sentir su honestidad, la inocencia con la que me dirigía sus palabras, la vergüenza que despedía su cuerpo.
Miré sus ojos, y sin esperar, lo dije. Dos palabras se llevaron mis mayores sentimientos y mi corazón junto con ellos, y ella los dejó escapar con su cabeza gacha y sus ojos ajenos, dirigiéndose al asfalto.
Sonreí, pretendiendo tapar un par de heridas mal curadas, y no me miró. Lo repetí, lo dije una y mil veces más, sin respuesta. Y en el instante previo a despedirla, como anticipándose, levantó su cabeza y sin más, sus ojos se encontraron con los míos. Otra vez, casi como cotidianamente, sentí el calor de sus pupilas dirigiéndose hacia mí con una disculpa vacía. Pudo repetir lo que yo había dicho antes y agregarle otros cien adjetivos, y nunca tendría sentido. Nunca lo tuvo.
Sonrió, y pretendiendo que todo era como antes, nuestras palabras resonaron en sus oídos y en los míos. 
Pude haberme quedado toda la noche mirándola, hablándole, cantándole mil canciones inútiles, susurrándole en diez idiomas diferentes, sosteniendo sus manos contra las mías, pero me fui. Me conformé con sentirla una vez más, con entregarle todo en una cajita de cartón.
Me di vuelta, y como esperándola, solté una bocanada de aire que penetró el cielo en lo más profundo.
Caminé y caminé, supe que me miraba a lo lejos y no me dí vuelta, quería que su ausencia fuera mía una vez más.
Viejo, bastante viejo... Cómo cambia todo! Hasta los sueños!  

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