Saturday, October 3, 2009

Esperó. Creyó encontrar alguna voz familiar que la llevara, que la acaparara, que la rescatara una vez más.
Se asomó, vió más allá de las rejas, sintió el frío y el calor, sintió el miedo, la furia, la risa y el llanto correr por sus venas. Esperaba.
Buscó ver más allá del césped, de las rejas, de la vereda y el asfalto. Pensó sin hablar y habló sin fundamento, saltó para ser más alta que las montañas y abrió sus ojos para ver del otro lado del mar. Esperó.
Tanto buscó entre montañas, rejas y mares que al final, como queriendo ser una coincidencia, la vió. La vió tanto que se empeñó en encegecerse, y no pudo. Quiso no mirarla, y no logró más que hacer lo contrario. Trató de dar media vuelta y volver, pero una especie de magnetismo la atraía inevitablemente. Las flores no eran su tipo.
Sin embargo, sin escrúpulos y sin cuidados, sus pétalos se tocaron; se desearon tanto que ni el mar ni la montaña lo pudieron impedir.
De sus ojos brotaron ríos de llanto y de risa; de su cuerpo crecieron mil flores blancas y negras, rojas y amarillas; de sus manos nació la fuerza de mirar hacia el cielo; y de sus pies la voluntad de caminar hacia él.
Se dirigió orgullosa y decidida, de la mano de su flor, hacia el dueño de los dueños.
Esperaron juntas, buscaron y encontraron lo que tanto anhelaban, y no les hizo falta ir más allá del horizonte; ni quisieron escapar por sobre las nubes; ni saltar más allá de la lluvia, solo necesitaban mirarse. Estaba con ellas lo que tanto habían buscado, mil flores de colores.

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